jueves, 24 de abril de 2014

Pelusa

Nota: Este relato surgió como ejercicio del taller, la consigna era crear un personaje literario.
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Pelusa

Es de día, camino junto a mi perro Mosca por la calle. Llevo mi carro en el que junto cartones. Está muy pesado. Por suerte, falta poquito para la hora del almuerzo, la panza no me deja de rugir. Pobres tripas no prueban comida desde ayer a la mañana. Los lunes vuelvo a comer bien. Por eso digo que falta poco para comer. Hoy es Lunes y la vecina Elba seguro que me está terminando de preparar la vianda. Elba es viejita y jubilada. Ya no tiene nietos o sobrinos que la visiten, su familia vive lejos en otro país. Vive sola cerca de la placita en la que descanso al mediodía con mi familia.  Ahí ni la policía, ni los de vigilancia nos molestan, saben que somos buena gente, que somos trabajadores y nos la rebuscamos como podemos. Vivir en la calle no es nada fácil, sobretodo en el invierno. Acá en el sur fuimos de los primeros en vivir, trabajar y dormir en la calle. Cerca del río y sin edificios, se hace difícil encontrar lugar para pasar la noche. No hace tanto “calor de ciudad” como en la capital. Allá nunca hay escarcha porque el asfalto muy pocas veces se enfría.
Ya llegamos a la plaza. Mi compañera me espera con nuestro hijo, Lautarito, de la mano. Entonces Mosca corre rápido en dirección hacia ellos y les hace una fiesta. Mueve la cola y todo su cuerpito sarnoso dando giros de contento. Yo llego después, los abrazo. Le digo que estoy muy cansado. Al rato se acerca Elba. Viene caminando despacito como siempre. Trae una maceta con una planta de tomatitos cherry y una bolsa de mandados cargada.
- Holaaaa, les traje unos sandwiches que preparé con milanesa, lechuga y mucha mayonesa como me pide Lauti siempre- . Dice mientras se termina de acercar.
-Hola Elbita. ¡Que bueno! ¡Como me gusta! ¡Gracias!. Le dice Lautaro.
Elba apoya la maceta en un banco de la plaza cerca de nosotros y me entrega la bolsa.
-De nada Lauti. Bueno coman tranquilos, los dejo en familia- . Dice Elba.
Yo le doy un beso, la agarro de los hombros y mirándola a la cara fijo le digo que ya no se como agradecerle que sea así de buena. Que algún día le quiero devolver el favor.
Le prometo que esta semana le voy a arreglar la persiana que tanto le cuesta subir. Es que, a veces, le ayudo con el mantenimiento de su casa cuando hay poco papel y cartón para juntar por la calle. Ella me sonríe, me da un beso ruidoso en el cachete. Entonces yo la suelto, se da vuelta y se va despacito caminando en dirección a su casa.

Hoy, dos días después de los sandwiches de milanesa, hablo con el barrendero de la plaza. Él me desayuna con la noticia de que ese día Lunes, suponen que a la tarde, Elbita tuvo un infarto y falleció. Se dió cuenta el vecino Aldo, porque escuchó al gato maullando toda la mañana del Martes. Se asomó a la parecita y la vió en el piso del patio tirada, con el gatito al lado chillando de hambre. Así que pobrecita estuvo toda una noche tirada ahí. Hoy no quiero caminar, ni buscar cartones. Hoy quiero llorar. 

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